jueves, 20 de diciembre de 2012

Contra la profesionalización II



Contra la profesionalización.
A menudo se utiliza la palabra “profesional” para designar al individuo que realiza su trabajo adecuadamente, incluyendo la responsabilidad y los conocimientos de este.
Igualmente, se usa este concepto como medio de control, plasmado como la vergüenza de quién no realiza su cargo bien… lo que hace que los individuos se defiendan, acepten y realicen actos y actividades acordes a ese poder subyacente que emerge del trabajo asalariado.
Al parecer se desata el pánico del hombre decente, quién no sea profesional tendrá una gran carga encima. Vengo observando el orgullo  que se desata con la defensa de la profesionalidad y la violencia expulsada contra quién cuestione dicha posición.
Pero el ser buen profesional no es sólo realizar bien el trabajo, es ser obediente, es aceptar unas condiciones, roles y normas, y todo el movimiento del proceso moderno.
Ser profesional es adentrarse en una actividad, conocerla, investigarla, esto no tiene nada de malo. Excepto que existen dos clases de actividad: la ociosa, la que te gusta; y la obligada, la alienante. Nadie se especializa en ciertos tipos de cuestiones y si lo hacen, es por el rollo de ascender, tener mejores condiciones, prestigio… ya que ciertos campos están desprovistos de vocación.
Esta unión, reflejada en la mercantilización de toda actividad, hace resultante que ciertas actividades de ocio posean grandes beneficios y se expongan a través de los medios impregnando sus valores y educando con su lógica del triunfo y esfuerzo.
Como no todos los individuos pueden vivir bajo un esfuerzo ocioso, deben vender su fuerza de trabajo. A estos trabajadores, les intentan inculcar el mismo sentido de  “responsabilidad”   bajo carga vergonzante a pesar de ser un trabajo no creativo, mecánico, rutinario, y obligado para la supervivencia…controlando así toda la sociedad.  Esta responsabilidad significa, aceptar su bajo status convirtiéndolo en algo digno, en algo profesional del cual “sólo unos pocos valen”, al igual que las condiciones laborales a las que están sometidos. Muy frecuentemente se oye a los jefes, psicólogos y ciertos responsables, hablar de la importancia de tener trabajadores que se sientan participes de su trabajo, intentando desechar aquella vieja noción marxista que versa sobre la exteriorización que produce el trabajo asalariado, el trabajo que, bajo sometimiento crea individuos ajenos a lo producido, convertidos sólo en maquinas. Por eso, se pretende que posean el control que no tienen. Y es que la sociedad tecno-industrial, es divisoria por naturaleza.
Otro problema que surge es la incapacidad para hacer otras labores y reunir otros saberes. Especializados en una cosa, o siendo simplemente mediocres. Pierden toda posibilidad de otras tareas, pierden la libertad concebida como “la capacidad para controlar nuestras vidas ” fomentando una sociedad de consumo, dependiente, en la cual ya llevamos un ritmo incorporado, donde uno puede estudiar sólo a una cierta edad ( edad prevía al trabajo) o trabajar lo justo como para solo tener ganas de descansar un poco, o reunir fuerzas para estar con los amigos etc.
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 La cuestión es que aquí la solución no debe encontrarse en términos de mercado, sino en nuevos formas y estilos de vida que extinguirán ciertas actividades. Al igual que una persona autosuficiente no necesitaría  especializarse y producir a gran escala un producto para venderlo o alquilarse a un patrón.

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