El asunto Naredo.
Cuando publiqué “Naturaleza, ruralidad y civilización” me enviasteis cartas
incidiendo en los aspectos positivos de la obra, al principio, pero luego fuisteis
centrando más y más en mis críticas a J.M. Naredo, que rechazabais, hasta que al final
ya apenas había más asunto que éste. Pero, al considerar el conjunto, tus coincidencias
conmigo son muchas más que las divergencias.
Alegas que Naredo ha hecho aportaciones de importancia a la comprensión de
tales o cuales cuestiones medioambientales, de análisis económico y otras. Yo no
pretendo negar lo que de positivo tenga la obra de aquél (aunque esto lo considero
mucho menos interesante y valioso que tú), sólo enfatizo un hecho, que Naredo forma
parte del aparato exterior de la socialdemocracia, del PSOE. Ello no le descalifica del
todo, como no descalifica a Ellul su colaboración con los cuerpos represivos, pero es un
asunto de notable gravedad.
Te molesta que le vincule con Joaquín Leguina, por un libro de hace mucho,
elaborado conjuntamente por ambos, pero olvidas que en 1989, Naredo, junto con otros
dos autores, publicó “Madrid, una megalópolis en busca de proyecto”5, justo cuando era
presidente de la Comunidad de Madrid el mentado Leguina (lo fue entre 1983 y 1995),
un personaje turbio donde los haya, que alguna prensa vinculó a los GAL, al ser íntimo
del según aquélla jefe de éstos, Felipe González6. La obra citada, de Naredo y colegas,
se propone, más o menos, orientar el quehacer de Leguina como presidente, lo que es un
ejemplo de colaboracionismo que no puede ser admitido, no sólo por el aciago pasado
de éste sino porque el PSOE ha sido el principal partido del Estado y del capital desde el
fin del franquismo hasta nuestros días, esto es, el enemigo fundamental de todo
proyecto de transformación radical del orden constituido, también el agente principal en
lo político, de la militarización, la ideología tecnolátrica y el desarrollismo. No es
posible estar en contra de la técnica, poco o mucho, y a favor del PSOE. No es posible,
finalmente, acercarse a la socialdemocracia sin quedar salpicado de lodo y sangre.
Dices que no conozco el libro de Naredo (alias Aulo Casamayor) “Por una
oposición que se oponga”, pero no es así. Debido al respeto y afecto que te tengo
incluso he leído tal libro en dos ocasiones bastante alejadas una de otra en el tiempo
para estar más seguro de mis puntos de vista. En su pág. 160 se declara Naredo cercano
al jacobinismo, al que tilda de “sinceramente demócrata”. El jacobinismo es prefascismo,
militarismo, desarrollismo, fe en el Estado policial y apología del crimen de
Estado, culto por la técnica y rechazo de cualquier revolución popular, además de una
forma bastante agresiva de progresismo. El jacobinismo, también, es el principal
responsable de la matanza de la La Vendée, en Francia, un acto de genocidio atroz, con
unas 170.000 personas asesinadas. Asimismo reivindica Naredo, para el final del
franquismo, la “ruptura democrática”, es decir, el mantenimiento del Estado y el
capitalismo con procedimientos similares a los del PC Francés en 1944-1947, en un
régimen partitocrático y parlamentarista, cuando lo apropiado en política es estar por un
sistema de gobierno popular en asambleas omni-soberanas, como expongo en “La
democracia y el triunfo del Estado”. En tal aserción Naredo se manifiesta como un
defensor del régimen vigente de dictadura política, por tanto como un antirevolucionario.
Lo que caracteriza a Naredo es su estatolatría, que le ata a la socialdemocracia.
Expone, en el libro citado, que el Estado encarna “la voluntad general”, esto es,
defiende la idea de que lo público y el Estado son la misma cosa, formulación absurda y
temible (precisamente Ellul, en algún momento de lucidez, la refuta con ingenio y
eficacia), que hace del Estado franquista también una realización de “la voluntad
general”. Eso le lleva ahora a preconizar que la agricultura ecológica, sometida a los
reglamentos de la UE y que incluso admite los transgénicos, es la solución a los males
medioambientales, y a exigir más intervención estatal en ella, asunto que no es un mero
error sino una declaración política que le arroja en los brazos del Estado, y le convierte
en agente político de éste, por tanto, de la técnica, efecto necesario de la existencia de
ente estatal.
En el libro, como Anexo 1, viene un documento singular, “Bases para una
reforma agraria moderada en el sur de España”, al parecer redactado por J. Martínez
Alier, que Naredo suscribe. En él se defiende, para los años 70 y 80 del siglo pasado,
una intervención estatal a gran escala en la agricultura del sur, con la expropiación de 5
millones de hectáreas, que luego serían redistribuidas. Esto presenta al Estado como la
potencia salvadora del campesinado, cuando en realidad ha sido, desde hace siglos, el
peor de sus verdugos. Por lo demás en tal proposición nada hay de original, pues ya fue
preconizada por algún autor de la primera mitad del XIX. Si el Estado nos salva ¿cuál es
nuestra función como seres humanos? En efecto, toda acción “benefactora” del artefacto
estatal nos convierte en objetos, nos cosifica o reifica, al negarnos la capacidad de obrar
e intervenir autónomamente, por nosotros mismos. Eso por un lado, por otro, tal
operación, en caso de realizarse, otorgaría al Estado un poder colosal en el agro,
convirtiendo a la rural gente en neo-siervos suyos, como acaeció en la Unión Soviética
con la “colectivización” de 1929-1933. Pero la realidad es que no se hizo, y jamás se
podría haber hecho, porque más allá de las ocurrencias de los profesores-funcionarios
están los intereses fundamentales del par Estado-capital, que preconizan otras fórmulas,
menos estrafalarias, como han mostrado los hechos.
Naredo tiene otra obra que bendice, por omisión, la agricultura franquista, “La
evolución de la agricultura en España (1940-2000)”, libro superficial y vacío, que nada
dice por sí misma pero que contiene una admisión implícita de lo que el franquismo
hizo en el campo, lo que es terrible. He de confesar, que cuando la leí me indigné un
poco, al mismo tiempo que me escandalizó su superficialidad y falta de contenidos, lo
que es común a los trabajos de este autor, dejando a un lado su idea fija, que el Estado
es la expresión del bien político, económico y social. En ese marco, que se declare
“libertario” y que incluso cite alguna vez a Bakunin no tiene importancia, pues ¿qué
clase de anarquismo es el suyo que lo espera todo del ente estatal y nada de la acción
autónoma y revolucionaria de la gente común? Asimismo, nunca hace una diatriba seria,
creíble, contra el parlamentarismo, aunque sí del PSOE de Felipe González, que se ha
de entender como una crítica de ciertas políticas concretas del primero (hubo un
momento que la mitad o más del PSOE se oponía a González, al estar desahuciado
políticamente). Su pintoresco proyecto de estatizar 5 millones de hectáreas sólo era
realizable desde el parlamento, por la cooperación del PSOE y PCE, por tanto, dejando
a un lado algunas frases demagógicas, es partidario del actual sistema político. Lo
mismo sucede con su apología de la agricultura ecológica.
Incluso el título del libro, “Por una oposición que se oponga”, editado bajo el
gobierno del PP, en 2001, lo que demanda es que se oponga en el parlamento, esto es,
que el PSOE y su patético escudero, IU, se hagan más “radicales” en las Cortes.
Finalmente, la escisión que sufrió el BAH! de Madrid hace casi dos años estuvo
ocasionada por un grupo que se aproximó a IU en el ayuntamiento de Rivas, y sus
formulaciones tenían a Naredo como mentor, hasta el punto de que mi libro,
“Naturaleza,...”, conoció críticas de ese colectivo por oponerse a dicho autor.
Creo, X, que no comprendes bien lo terrible que es la ideología socialdemócrata
hoy, sus muchos puntos de penetración e influencia en el mundillo que se dice radical, a
través de los profesores-funcionarios supuestamente anti-sistema. Poner fin a esta
cuestión, cortando amarras con la estatolatría, que es gran mal de nuestro tiempo, exige
muchos esfuerzos, entre ellos la crítica de lo que Naredo hace y dice, aunque no de
todo, por supuesto, únicamente de lo que es desacertado. Ahora vivimos una
efervescencia de culto por el Estado, a causa del movimiento “antiglobalización”, del
feminismo de Estado y del ecologismo ortodoxos, lo que niega no sólo toda perspectiva
revolucionaria sino que además nos condena a la pasividad, a esperarlo todo del Estado,
amoldándonos a sus proyectos y estrategias. Terminar con esta situación es muy
urgente.
5 También es co-autor de “Textos sobre sostenibilidad” (2 vols.), 2005. No necesito recordar que estoy en
contra de la tesis socialdemócrata de “la sostenibilidad” de las ciudades, que ha devenido en una mera
frase para tranquilizar conciencias, utilizada con profusión por los nuevos desarrollistas pro-megalópolis,
esto es, los nuevos reaccionarios. Creo que deberías definiros sobre este asunto, para mí crucial, como
aparece en “Naturaleza, ruralidad y civilización”.
6 Es curioso que Leguina haya tenido también tiempo para colaborar con el franquismo, pues su currículo
dice que trabajó como “Asesor Demográfico de la Comisaría de los Planes de Desarrollo I y III”. Incluso
editó un libro bajo aquél, “Estudio sobre la población española”, en el marco del III Plan de Desarrollo
franquista, aparecido en 1972, elaborado con otros autores. Es por tanto franquista y socialdemócrata al
mismo tiempo, como la mayoría del PSOE. En efecto, su culto fanático por el Estado empuja a este
partido hacia el fascismo y, con él, a los que no saben o no quieren romper con la estatolatría.
jueves, 27 de diciembre de 2012
jueves, 20 de diciembre de 2012
Contra la profesionalización II
Contra la
profesionalización.
A menudo se utiliza la palabra “profesional” para designar
al individuo que realiza su trabajo adecuadamente, incluyendo la
responsabilidad y los conocimientos de este.
Igualmente, se usa este concepto como medio de control,
plasmado como la vergüenza de quién no realiza su cargo bien… lo que hace que
los individuos se defiendan, acepten y realicen actos y actividades acordes a
ese poder subyacente que emerge del trabajo asalariado.
Al parecer se desata el pánico del hombre decente, quién no
sea profesional tendrá una gran carga encima. Vengo observando el orgullo que se desata con la defensa de la
profesionalidad y la violencia expulsada contra quién cuestione dicha posición.
Pero el ser buen profesional no es sólo realizar bien el
trabajo, es ser obediente, es aceptar unas condiciones, roles y normas, y todo el movimiento del proceso moderno.
Ser profesional es adentrarse en una actividad, conocerla,
investigarla, esto no tiene nada de malo. Excepto que existen dos clases de
actividad: la ociosa, la que te gusta; y la obligada, la alienante. Nadie se
especializa en ciertos tipos de cuestiones y si lo hacen, es por el rollo de
ascender, tener mejores condiciones, prestigio… ya que ciertos campos están
desprovistos de vocación.
Esta unión, reflejada en la mercantilización de toda
actividad, hace resultante que ciertas actividades de ocio posean grandes
beneficios y se expongan a través de los medios impregnando sus valores y
educando con su lógica del triunfo y esfuerzo.
Como no todos los individuos pueden vivir bajo un esfuerzo
ocioso, deben vender su fuerza de trabajo. A estos trabajadores, les intentan
inculcar el mismo sentido de
“responsabilidad” bajo carga
vergonzante a pesar de ser un trabajo no creativo, mecánico, rutinario,
y obligado para la supervivencia…controlando así toda la sociedad. Esta responsabilidad significa, aceptar su
bajo status convirtiéndolo en algo digno, en algo profesional del cual “sólo unos pocos valen”, al igual que las
condiciones laborales a las que están sometidos. Muy frecuentemente se oye a
los jefes, psicólogos y ciertos responsables, hablar de la importancia de tener
trabajadores que se sientan participes de su trabajo, intentando desechar
aquella vieja noción marxista que versa sobre la exteriorización que produce el
trabajo asalariado, el trabajo que, bajo sometimiento crea individuos ajenos a
lo producido, convertidos sólo en maquinas. Por eso, se pretende que posean el
control que no tienen. Y es que la sociedad tecno-industrial, es divisoria
por naturaleza.
Otro problema que surge es la incapacidad para hacer otras
labores y reunir otros saberes. Especializados en una cosa, o siendo
simplemente mediocres. Pierden toda posibilidad de otras tareas, pierden la
libertad concebida como “la capacidad para controlar nuestras vidas ”
fomentando una sociedad de consumo, dependiente, en la cual ya llevamos un ritmo incorporado, donde uno puede estudiar sólo a una cierta edad ( edad prevía al trabajo) o trabajar lo justo como para solo tener ganas de descansar un poco, o reunir fuerzas para estar con los amigos etc.
......
La cuestión es que aquí la solución no debe encontrarse
en términos de mercado, sino en nuevos formas y estilos de vida que extinguirán
ciertas actividades. Al igual que una persona autosuficiente no
necesitaría especializarse y producir a
gran escala un producto para venderlo o alquilarse a un patrón.
contra la profesionalización (juan luis vives)
-La mercantilización de todas las esferas de la sociedad, hace que rechace
la profesionalidad. Sobre todo en el sector de lo social, donde facetas de
solidaridad y humanismo, que antes se practicaban sin mediación monetaria, tan naturales en el ser humano, pasan a ser
suplidas por servicios que a cambio de un sueldo cumplen funciones de control,
adoctrinamiento y dulcificada culpa, entre sus “sujetos”.
La emancipación y el desencadenamiento de la técnica y de la economía
Serge Latouche (1998)
La emancipación y el desencadenamiento de la técnica y de la economía (extracto de: La megamaquina y la destrucción del mundo social)
Si la técnica es, en su esencia abstracta y, como tal, insignificante, tan vieja como el
mundo, la aparición de una sociedad en la que la técnica ya no es un simple medio al
servicio de los objetivos y valores de la comunidad, sino que se convierte en el
horizonte insuperable del sistema, en un fin en sí misma, data del periodo de la
‘emancipación’ de las regulaciones sociales tradicionales, es decir, de la modernidad.
No alcanza toda su amplitud más que con el hundimiento del compromiso entre mercado y espacio de socialidad realizado en la nación, o lo que es lo mismo, con el fin
de las regulaciones nacionales, sustitutos provisionales y finalmente últimas secuelas
del funcionamiento comunitario. Se puede datar con mucha precisión este salto, paso de
la cantidad a la cualidad, de lo que ha dado en llamarse tercera revolución industrial. El
coste de las técnicas, sus efectos positivos o negativos (piénsese en Chernobil), sus
dinámicas son inmediatamente transnacionales. Si el mundo obedece a las leyes del
sistema técnico, tal como las analiza Jacques Ellul, la capacidad de su legislador se
encuentra reducida en igual medida. Lo que quiere decir que el soberano, ya se trate del
pueblo o de sus representantes, se ve notablemente desposeído de su poder en beneficio
de la ciencia y de la técnica. Las leyes de la ciencia y de la técnica se sitúan por encima
de las del Estado. Es en gran parte por haber olvidado este hecho por lo que los
totalitarismos del Este, que se encontraban en contradicción con las leyes de la ciencia y
de la técnica tal como éstas funcionaban en el mundo moderno, terminaron por
derrumbarse. Entre las consecuencias de este aumento del poder de la técnica se
encuentra la abolición de la distancia, la creación de lo que Paul Virilio llama la
‘teleciudad’ mundial y el surgimiento de la ciudad-mundo, lo que provoca el efecto
inmediato de un hundimiento del espacio político. “A partir del momento –declara
Virilio- en que el mundo queda reducido a nada en cuanto extensión y duración, en
cuanto campo de acción, de forma recíproca, no hay nada que pueda ser mundo; es decir
que yo, aquí, en mi torreón, en mi ghetto, en mi apartamento (cocooning), puedo ser el
mundo. Dicho de otro modo, el mundo está en todas y en ninguna parte. Esto fue lo que
el feudalismo, más tarde la monarquía y finalmente la república rompieron” [3].
Una de las consecuencias de este repliegue sobre uno mismo es la reaparición de las
guerras privadas. Lo feudal y lo privativo van de la mano. Fue necesaria la monarquía, y
más tarde el Estado-nación y la Revolución para que se superase esta noción de
conflicto privado. Ha resurgido ayer mismo en el Libano, y hoy en Yugoslavia o en
Ucrania. La desaparición de las distancias que crea esta teleciudad mundial crea
inmediatamente también la desaparición del espacio nacional y la reemergencia de ese
caos que destruye la base del Estado-nación y engendra esos fenómenos de
descomposición con los que los media nos entretienen a lo largo de la jornada.
La transnacionalización de la economía es el complemento indispensable de la
emancipación de la técnica. Se trata también de algo extremadamente antiguo que
reaparece bajo formas nuevas. Desde los orígenes, el funcionamiento del mercado ha
sido transnacional, incluso mundial. Durante muchos siglos se dio un concubinato entre
el mercado y el Estado-nación. A partir de una base local, aunque ya en parte
transnacional (Liga Hanseática, funcionamiento de los mercados financieros entre
Génova y el norte de Europa desde los siglos XII y XIII), fue preciso que la economía
se crease progresivamente un mercado nacional. La nación fue el espacio de
compromiso sobre el que se desarrolló el mercado. Sin embargo, una vez concluida la
conquista del espacio nacional, el mercado siguió su curso. Sobre todo después de los
años 70, la economía fundamentalmente se ha transnacionalizado. Siempre han existido
firmas transnacionales bajo el capitalismo (los Fugger, Jacques Coeur, los Medici); lo
novedoso es que, ya no sólo las finanzas o el comercio son transnacionales, sino
también la producción misma. Renault fabrica sus motores en España. Los ordenadores
IBM se fabrican en Indonesia, se montan en Saint Omer, se venden en Estados Unidos,
etc. La división del trabajo se ha internacionalizado, y las empresas se han
transnacionalizado por completo.
Cuando yo empezaba mis estudios, distinguíamos dos tipos de economías: las
economías autocentradas y las economías extrovertidas. Las economías desarrolladas
eran economías nacionales que presentaban un cuadro de input-outpout ‘negro’, es decir,
que los distintos sectores nacionales eran interdependientes (la industria química
francesa consumía materias primas francesas, etc.). Se decía que existía un tejido
industrial coherente y muy sólido. Por oposición, las economías del Tercer mundo
presentaban cuadros vacíos, es decir, que importaban lo que consumían y exportaban lo
que producían. Se decía que tales economías eran extrovertidas, mientras que las
economías occidentales eran autocentradas.
Todo ha cambiado. La propia dinámica de las economías autocentradas las ha llevado a
extrovertirse. Lo que producimos (productos agrícolas, armamento, etc.) lo exportamos;
lo que consumimos (productos electrónicos), en gran medida, lo importamos.
Estadísticamente, nuestras economías son tan extrovertidas como las del Tercer mundo.
Una de las apuestas del Tratado de Mastrique consiste no sólo en impulsar dicha
transnacionalización a nivel europeo, sino en permitir además que las firmas japonesas,
estadounidenses, etc. colonicen el espacio europeo y en aumentar la fluidez de los
intercambios económicos, o lo que es lo mismo, en obedecer a las leyes de la economía.
Sin duda, el principal objetivo del GATT y del Uruguay Round es extender dicha
liberalización de los intercambios a la agricultura y los servicios. Al igual que la ciencia
y la técnica, las leyes de la economía desposeen al ciudadano y al Estado-nación de la
soberanía, pues se presentan como una constricción que no se puede más que gestionar
y, en ningún caso, poner en cuestión. Si no se puede hacer otra cosa que gestionar las
constricciones, entonces el gobierno de los hombres es substituido por la administración
de las cosas; el ciudadano ya no tiene razón de ser. Se le podría reemplazar por una
máquina de votar –o sea, de decir siempre que sí- y el resultado sería el mismo.
La emancipación y el desencadenamiento de la técnica y de la economía (extracto de: La megamaquina y la destrucción del mundo social)
Si la técnica es, en su esencia abstracta y, como tal, insignificante, tan vieja como el
mundo, la aparición de una sociedad en la que la técnica ya no es un simple medio al
servicio de los objetivos y valores de la comunidad, sino que se convierte en el
horizonte insuperable del sistema, en un fin en sí misma, data del periodo de la
‘emancipación’ de las regulaciones sociales tradicionales, es decir, de la modernidad.
No alcanza toda su amplitud más que con el hundimiento del compromiso entre mercado y espacio de socialidad realizado en la nación, o lo que es lo mismo, con el fin
de las regulaciones nacionales, sustitutos provisionales y finalmente últimas secuelas
del funcionamiento comunitario. Se puede datar con mucha precisión este salto, paso de
la cantidad a la cualidad, de lo que ha dado en llamarse tercera revolución industrial. El
coste de las técnicas, sus efectos positivos o negativos (piénsese en Chernobil), sus
dinámicas son inmediatamente transnacionales. Si el mundo obedece a las leyes del
sistema técnico, tal como las analiza Jacques Ellul, la capacidad de su legislador se
encuentra reducida en igual medida. Lo que quiere decir que el soberano, ya se trate del
pueblo o de sus representantes, se ve notablemente desposeído de su poder en beneficio
de la ciencia y de la técnica. Las leyes de la ciencia y de la técnica se sitúan por encima
de las del Estado. Es en gran parte por haber olvidado este hecho por lo que los
totalitarismos del Este, que se encontraban en contradicción con las leyes de la ciencia y
de la técnica tal como éstas funcionaban en el mundo moderno, terminaron por
derrumbarse. Entre las consecuencias de este aumento del poder de la técnica se
encuentra la abolición de la distancia, la creación de lo que Paul Virilio llama la
‘teleciudad’ mundial y el surgimiento de la ciudad-mundo, lo que provoca el efecto
inmediato de un hundimiento del espacio político. “A partir del momento –declara
Virilio- en que el mundo queda reducido a nada en cuanto extensión y duración, en
cuanto campo de acción, de forma recíproca, no hay nada que pueda ser mundo; es decir
que yo, aquí, en mi torreón, en mi ghetto, en mi apartamento (cocooning), puedo ser el
mundo. Dicho de otro modo, el mundo está en todas y en ninguna parte. Esto fue lo que
el feudalismo, más tarde la monarquía y finalmente la república rompieron” [3].
Una de las consecuencias de este repliegue sobre uno mismo es la reaparición de las
guerras privadas. Lo feudal y lo privativo van de la mano. Fue necesaria la monarquía, y
más tarde el Estado-nación y la Revolución para que se superase esta noción de
conflicto privado. Ha resurgido ayer mismo en el Libano, y hoy en Yugoslavia o en
Ucrania. La desaparición de las distancias que crea esta teleciudad mundial crea
inmediatamente también la desaparición del espacio nacional y la reemergencia de ese
caos que destruye la base del Estado-nación y engendra esos fenómenos de
descomposición con los que los media nos entretienen a lo largo de la jornada.
La transnacionalización de la economía es el complemento indispensable de la
emancipación de la técnica. Se trata también de algo extremadamente antiguo que
reaparece bajo formas nuevas. Desde los orígenes, el funcionamiento del mercado ha
sido transnacional, incluso mundial. Durante muchos siglos se dio un concubinato entre
el mercado y el Estado-nación. A partir de una base local, aunque ya en parte
transnacional (Liga Hanseática, funcionamiento de los mercados financieros entre
Génova y el norte de Europa desde los siglos XII y XIII), fue preciso que la economía
se crease progresivamente un mercado nacional. La nación fue el espacio de
compromiso sobre el que se desarrolló el mercado. Sin embargo, una vez concluida la
conquista del espacio nacional, el mercado siguió su curso. Sobre todo después de los
años 70, la economía fundamentalmente se ha transnacionalizado. Siempre han existido
firmas transnacionales bajo el capitalismo (los Fugger, Jacques Coeur, los Medici); lo
novedoso es que, ya no sólo las finanzas o el comercio son transnacionales, sino
también la producción misma. Renault fabrica sus motores en España. Los ordenadores
IBM se fabrican en Indonesia, se montan en Saint Omer, se venden en Estados Unidos,
etc. La división del trabajo se ha internacionalizado, y las empresas se han
transnacionalizado por completo.
Cuando yo empezaba mis estudios, distinguíamos dos tipos de economías: las
economías autocentradas y las economías extrovertidas. Las economías desarrolladas
eran economías nacionales que presentaban un cuadro de input-outpout ‘negro’, es decir,
que los distintos sectores nacionales eran interdependientes (la industria química
francesa consumía materias primas francesas, etc.). Se decía que existía un tejido
industrial coherente y muy sólido. Por oposición, las economías del Tercer mundo
presentaban cuadros vacíos, es decir, que importaban lo que consumían y exportaban lo
que producían. Se decía que tales economías eran extrovertidas, mientras que las
economías occidentales eran autocentradas.
Todo ha cambiado. La propia dinámica de las economías autocentradas las ha llevado a
extrovertirse. Lo que producimos (productos agrícolas, armamento, etc.) lo exportamos;
lo que consumimos (productos electrónicos), en gran medida, lo importamos.
Estadísticamente, nuestras economías son tan extrovertidas como las del Tercer mundo.
Una de las apuestas del Tratado de Mastrique consiste no sólo en impulsar dicha
transnacionalización a nivel europeo, sino en permitir además que las firmas japonesas,
estadounidenses, etc. colonicen el espacio europeo y en aumentar la fluidez de los
intercambios económicos, o lo que es lo mismo, en obedecer a las leyes de la economía.
Sin duda, el principal objetivo del GATT y del Uruguay Round es extender dicha
liberalización de los intercambios a la agricultura y los servicios. Al igual que la ciencia
y la técnica, las leyes de la economía desposeen al ciudadano y al Estado-nación de la
soberanía, pues se presentan como una constricción que no se puede más que gestionar
y, en ningún caso, poner en cuestión. Si no se puede hacer otra cosa que gestionar las
constricciones, entonces el gobierno de los hombres es substituido por la administración
de las cosas; el ciudadano ya no tiene razón de ser. Se le podría reemplazar por una
máquina de votar –o sea, de decir siempre que sí- y el resultado sería el mismo.
Entre miedo y asfalto
Este sistema, inconscientemente, funciona y trabaja por debajo de las
aparentes formas tan directas y agresivas a las que estamos
acostumbrados como sociedad, te muestra donde uno debe estar, que es lo
correcto, y que es a lo que debes aspirar con todo tipo de simbolismos
sobre el triunfo y la estabilidad individual, te enseña cual es el
camino esquizo de los perdedores, y en definitiva impregna el miedo
necesario para que las personas estén aprisionadas en la misma
dialéctica sistémica de la maquina, que no es otra cosa que el tipo de
creencia sobre cómo deben funcionar las cosas, en una sociedad
excluyente por naturaleza y fragmentada. Hasta la rebeldía tiene sus
barreras, su influencia mediática, y su exagerado consenso.
martes, 18 de diciembre de 2012
Introducción
Este blog se nace con la idea de analizar, debatir y
difundir las críticas y los estragos que la sociedad tecno-industrial nos hace
padecer, dentro de un contexto socio político en el que el tema no es ya tabú,
sino prácticamente desconocido e indiscutible.
No estamos cerrados a otros puntos de vista que puedan destruir, compatibilizar o añadir a esta supuesta “posición”, pues aquí sólo se trata de cambiar el prisma de la realidad, para al menos, soltar lo que llevamos dentro y vislumbrar lo que creemos que es una problemática: El mundo de basura y ruido que hemos creado.
No estamos cerrados a otros puntos de vista que puedan destruir, compatibilizar o añadir a esta supuesta “posición”, pues aquí sólo se trata de cambiar el prisma de la realidad, para al menos, soltar lo que llevamos dentro y vislumbrar lo que creemos que es una problemática: El mundo de basura y ruido que hemos creado.
18-12-12
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