Desde el siglo XVII hasta nuestros
días, diversas maniobras políticas y legales se han emprendido en todo el mundo
para cercar los terrenos comunales, alterando así de manera fundamental las
relaciones económicas entre poblaciones y su entorno rural, y abriendo camino a
las revoluciones industrial y urbana. En toda europa medieval coexistieron
formas de propiedad colectiva de la tierra con la propiedad privada. Generación
tras generación, se cultivaban las mismas fincas, se andaba por los mismos
caminos y la gente se organizaba comunalmente para sustentar su existencia. La
nueva práctica social de cercar los terrenos comunales apareció en primer lugar
en la Inglaterra de los Tudor. La clase capitalista emergente se unió a la
aristocracia en sus esfuerzos por expulsar de los terrenos comunales a millones
de personas con el fin de dejar el campo libre a las ovejas. A fin de cuentas,
la lana se había convertido en un producto básico en los mercados textiles en
plena expansión de comienzos de la revolución industrial. Se desalojó a los
campesinos de sus tierras y se les forzó a emigrar a las ciudades para que
trabajaran en las fábricas, proceso que ha seguido produciéndose hasta hoy. El movimiento
del cercado que a veces se ha llamado “revolución de los ricos contra los
pobres”, causó incontables penalidades a los propietarios más pequeños y a los
ocupantes sin tierra que sólo poseían una minúscula cabaña y una pequeña
huerta.
En los siglos XVIII y XIX, el
movimiento del cercado pasó a ser cada vez más global. Los pueblos indígenas
fueron expulsados de sus tierras mediante subterfugios legales e ilegales desde
Australasia y Oceanía hasta las americas y africa. Su resistencia estuvo acompañada
frecuentemente pro asesinatos en masa. Pero las clases dominantes no se
contentaban sólo con cercar las tierras. Según observa Jeremy Rifkin,
La naturaleza, que en tiempos era una
fuerza independiente con reverenciada como temida, ha quedado reducida a un
surtido de recursos explotables, negociables todos ellos en el mercado. La
privatización y mercantilización de la tierra ha elevado a la humanidad el
papel de sirviente al de soberano, y ha hecho de la naturaleza un objeto de
puro intercambio comercial. Los grandes continentes, los vastos océanos, la
atmósfera, el espectro electromagnético, y ahora el acervo genético, se han
desacralizado y racionalizado, y su valor se mide exclusivamente en términos
monetarios.
Los efectos de estos cambios sobre la
vida humana, por no mencionar al resto de la biosfera, son profundos en
incalculables. Todas nuestras ideas modernas de seguridad, tanto personal como
nacional, proceden de las privatizaciones del mundo. El paso de un mundo
medieval de acuerdos comunales y sagrados a un mundo industrial regido por las
fuerzas seculares del mercado trajo consigo la caída del hombre público y el
ascenso meteórico del individuo privado. La vida humana alienada, cercada ahora
también ella, se convierte en una lucha por la autonomía individual, donde la
vida se retrae tras los muros, y las cuentas bancarias personales y la riqueza
privada vienen a definir la valía humana. Psicológicamente esto ha significado
un “repliegue sistemático de la participación
grupal en el mundo exterior y su retirada entusiasta hasta un nuevo mundo de
autorreflexión y autoconcentración”
La destrucción de los terrenos
comunales fue esencial para la revolución industrial a fin de proporcionar un
suministro de recursos naturales como materia prima para la industria. Pero el
movimiento del cercado no debe verse sólo como un mero episodio histórico
ocurrido en los inicios de la moderna.
Se trata, por el contrario, de un fenómeno global: la metáfora que aclara los
conflictos y contradicciones generados por la expansión de la colonización
humana del planeta. De este modo, el cercado de los terrenos comunales
representa el mecanismo moderno que ha producido unas relaciones cada vez más
violentas y ecocidas entre las sociedades industriales modernas y la naturaleza
Franz J. Broswimmer ( ecocidio)
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