lunes, 1 de abril de 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
jueves, 31 de enero de 2013
El cercado de los terrenos comunales
Desde el siglo XVII hasta nuestros
días, diversas maniobras políticas y legales se han emprendido en todo el mundo
para cercar los terrenos comunales, alterando así de manera fundamental las
relaciones económicas entre poblaciones y su entorno rural, y abriendo camino a
las revoluciones industrial y urbana. En toda europa medieval coexistieron
formas de propiedad colectiva de la tierra con la propiedad privada. Generación
tras generación, se cultivaban las mismas fincas, se andaba por los mismos
caminos y la gente se organizaba comunalmente para sustentar su existencia. La
nueva práctica social de cercar los terrenos comunales apareció en primer lugar
en la Inglaterra de los Tudor. La clase capitalista emergente se unió a la
aristocracia en sus esfuerzos por expulsar de los terrenos comunales a millones
de personas con el fin de dejar el campo libre a las ovejas. A fin de cuentas,
la lana se había convertido en un producto básico en los mercados textiles en
plena expansión de comienzos de la revolución industrial. Se desalojó a los
campesinos de sus tierras y se les forzó a emigrar a las ciudades para que
trabajaran en las fábricas, proceso que ha seguido produciéndose hasta hoy. El movimiento
del cercado que a veces se ha llamado “revolución de los ricos contra los
pobres”, causó incontables penalidades a los propietarios más pequeños y a los
ocupantes sin tierra que sólo poseían una minúscula cabaña y una pequeña
huerta.
En los siglos XVIII y XIX, el
movimiento del cercado pasó a ser cada vez más global. Los pueblos indígenas
fueron expulsados de sus tierras mediante subterfugios legales e ilegales desde
Australasia y Oceanía hasta las americas y africa. Su resistencia estuvo acompañada
frecuentemente pro asesinatos en masa. Pero las clases dominantes no se
contentaban sólo con cercar las tierras. Según observa Jeremy Rifkin,
La naturaleza, que en tiempos era una
fuerza independiente con reverenciada como temida, ha quedado reducida a un
surtido de recursos explotables, negociables todos ellos en el mercado. La
privatización y mercantilización de la tierra ha elevado a la humanidad el
papel de sirviente al de soberano, y ha hecho de la naturaleza un objeto de
puro intercambio comercial. Los grandes continentes, los vastos océanos, la
atmósfera, el espectro electromagnético, y ahora el acervo genético, se han
desacralizado y racionalizado, y su valor se mide exclusivamente en términos
monetarios.
Los efectos de estos cambios sobre la
vida humana, por no mencionar al resto de la biosfera, son profundos en
incalculables. Todas nuestras ideas modernas de seguridad, tanto personal como
nacional, proceden de las privatizaciones del mundo. El paso de un mundo
medieval de acuerdos comunales y sagrados a un mundo industrial regido por las
fuerzas seculares del mercado trajo consigo la caída del hombre público y el
ascenso meteórico del individuo privado. La vida humana alienada, cercada ahora
también ella, se convierte en una lucha por la autonomía individual, donde la
vida se retrae tras los muros, y las cuentas bancarias personales y la riqueza
privada vienen a definir la valía humana. Psicológicamente esto ha significado
un “repliegue sistemático de la participación
grupal en el mundo exterior y su retirada entusiasta hasta un nuevo mundo de
autorreflexión y autoconcentración”
La destrucción de los terrenos
comunales fue esencial para la revolución industrial a fin de proporcionar un
suministro de recursos naturales como materia prima para la industria. Pero el
movimiento del cercado no debe verse sólo como un mero episodio histórico
ocurrido en los inicios de la moderna.
Se trata, por el contrario, de un fenómeno global: la metáfora que aclara los
conflictos y contradicciones generados por la expansión de la colonización
humana del planeta. De este modo, el cercado de los terrenos comunales
representa el mecanismo moderno que ha producido unas relaciones cada vez más
violentas y ecocidas entre las sociedades industriales modernas y la naturaleza
Franz J. Broswimmer ( ecocidio)
viernes, 4 de enero de 2013
Las necesidades..
Las necesidades de la población no sólo aumentaban debido a los nuevos horizontes de los productos, sino que se hacían globales y dependientes del resto de territorios y del mundo, haciendo el proceso cada vez más complejo y alienante. Haciendo que la sencillez, lo demandado sin un sobreesfuerzo para el planeta, desapareciese. Todo quedaba registrado, todo rodeado por las leyes, no podías irte a vivir a un lugar tranquilo porque todo tenia dueño, todo tenia propiedad. La megamaquina había dado el golpe de muerte. Esta incursión de mercancías, productos y servicios, provenía de la técnica y de los especialistas que agrupados en profesiones separadas de con el resto, empezaban a comerciar sus productos, generando y acumulando capital. Medio que serviría para una mejor dinámica mercantil y a la par podía crear grupos de mayor índole económica...de esta forma se ampliaba la gama de todo tipo de servicios, y todo quedaba en una enorme comunidad global donde sólo a través del dinero se podía funcionar.
miércoles, 2 de enero de 2013
No al dinero
Con el dinero empezó el abuso y la absurdidad de las
sociedades modernas, donde casi cualquier actividad debía ser pagada, todas las
áreas serían profesionalizadas y mercantilizadas. Con este frio intercambio, de
quién vale y no vale, se empieza a establecer la creencia de que el dinero
ganado es merecido, y que si el dinero ganado es mucho es porque se está
triunfando en la vida y haciendo las cosas correctamente. De hecho, se obtiene una
merecida posición social y
consiguiente subsistencia.
También se establece
la noción de la división y especialización del trabajo siempre dentro del
individualismo y de las normas del mercado. Aparecen, en
consecuencia, miles de puestos y burocracias, que no sirven para nada más que
acelerar el proceso de la máquina y el dinero. Dinero que genera una sociedad injusta
per se, de trabajos y puestos de engranaje
necesarios para la subsistencia
individual y no para la comunidad, alejada de nosotros en el proceso actual.
El dinero sirve para
crear negocios absurdos (los gustos
y ventas, son los indicadores que da el consumidor) donde mafias legales o
ilegales puedan sobrevivir, y lo más
importante de todo configuren las relaciones materiales de una determinada
manera de vivir. Es decir, conseguir traspasar a otro cualquier “mercancía,
servicio…” a cambio de dinero acumulable, en el que raciocinio y la puesta de
acción en común de los individuos quedé desechada, ya que una vez entrado el
dinero en masa en todas las facetas de la vida, suelen aparecer otro tipo de
hábitats urbanos y masificados, en los que “canjear” ese dinero (es decir una
sociedad tecnoidustrial). En esas sociedades, por ejemplo, el éxito de algo glamuroso, puede
ser la puerta de entrada a un nuevo yacimiento de empleo y dinero que hará
prosperar la sociedad, cuando una sociedad sencilla simplemente no necesita de
esas técnicas tan separadas del humano, y están separadas porque están
lapidadas por el dinero, que es imprevisible y siempre condicionado.
Siempre la alimentación y las nociones básicas de los seres
humanos quedan desprovistas de nosotros mismos y delegadas a otros, sin saber
lo que nos puede venir. Todo lo dejamos a esa gran entidad que está por encima nuestra
y parece controlarlo todo y que algunos llamamos: la megamaquina. Mientras los
demás sobreviven como pueden, creyéndose muy importantes por dar clases de
cualquier tontería; o vendiendo perros de raza al mejor postor; cualquier actividad es válida si genera
dinero. Mientras, por ejemplo, seguimos consumiendo
gasolina y gas para calentarnos en lugar de usar nuestro entorno natural (porque
tiene ligeras desventajas) y a la vez conseguimos derivar miles de puestos de
trabajo a las tecnologías que se introducen en el mercado y nos dominan. Esto
se hace incuestionable en nuestras sociedades sin autonomía. Con mucha
titulitis y mucho sálvese quien pueda.
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