Atrapados en la megamaquina
lunes, 1 de abril de 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
jueves, 31 de enero de 2013
El cercado de los terrenos comunales
Desde el siglo XVII hasta nuestros
días, diversas maniobras políticas y legales se han emprendido en todo el mundo
para cercar los terrenos comunales, alterando así de manera fundamental las
relaciones económicas entre poblaciones y su entorno rural, y abriendo camino a
las revoluciones industrial y urbana. En toda europa medieval coexistieron
formas de propiedad colectiva de la tierra con la propiedad privada. Generación
tras generación, se cultivaban las mismas fincas, se andaba por los mismos
caminos y la gente se organizaba comunalmente para sustentar su existencia. La
nueva práctica social de cercar los terrenos comunales apareció en primer lugar
en la Inglaterra de los Tudor. La clase capitalista emergente se unió a la
aristocracia en sus esfuerzos por expulsar de los terrenos comunales a millones
de personas con el fin de dejar el campo libre a las ovejas. A fin de cuentas,
la lana se había convertido en un producto básico en los mercados textiles en
plena expansión de comienzos de la revolución industrial. Se desalojó a los
campesinos de sus tierras y se les forzó a emigrar a las ciudades para que
trabajaran en las fábricas, proceso que ha seguido produciéndose hasta hoy. El movimiento
del cercado que a veces se ha llamado “revolución de los ricos contra los
pobres”, causó incontables penalidades a los propietarios más pequeños y a los
ocupantes sin tierra que sólo poseían una minúscula cabaña y una pequeña
huerta.
En los siglos XVIII y XIX, el
movimiento del cercado pasó a ser cada vez más global. Los pueblos indígenas
fueron expulsados de sus tierras mediante subterfugios legales e ilegales desde
Australasia y Oceanía hasta las americas y africa. Su resistencia estuvo acompañada
frecuentemente pro asesinatos en masa. Pero las clases dominantes no se
contentaban sólo con cercar las tierras. Según observa Jeremy Rifkin,
La naturaleza, que en tiempos era una
fuerza independiente con reverenciada como temida, ha quedado reducida a un
surtido de recursos explotables, negociables todos ellos en el mercado. La
privatización y mercantilización de la tierra ha elevado a la humanidad el
papel de sirviente al de soberano, y ha hecho de la naturaleza un objeto de
puro intercambio comercial. Los grandes continentes, los vastos océanos, la
atmósfera, el espectro electromagnético, y ahora el acervo genético, se han
desacralizado y racionalizado, y su valor se mide exclusivamente en términos
monetarios.
Los efectos de estos cambios sobre la
vida humana, por no mencionar al resto de la biosfera, son profundos en
incalculables. Todas nuestras ideas modernas de seguridad, tanto personal como
nacional, proceden de las privatizaciones del mundo. El paso de un mundo
medieval de acuerdos comunales y sagrados a un mundo industrial regido por las
fuerzas seculares del mercado trajo consigo la caída del hombre público y el
ascenso meteórico del individuo privado. La vida humana alienada, cercada ahora
también ella, se convierte en una lucha por la autonomía individual, donde la
vida se retrae tras los muros, y las cuentas bancarias personales y la riqueza
privada vienen a definir la valía humana. Psicológicamente esto ha significado
un “repliegue sistemático de la participación
grupal en el mundo exterior y su retirada entusiasta hasta un nuevo mundo de
autorreflexión y autoconcentración”
La destrucción de los terrenos
comunales fue esencial para la revolución industrial a fin de proporcionar un
suministro de recursos naturales como materia prima para la industria. Pero el
movimiento del cercado no debe verse sólo como un mero episodio histórico
ocurrido en los inicios de la moderna.
Se trata, por el contrario, de un fenómeno global: la metáfora que aclara los
conflictos y contradicciones generados por la expansión de la colonización
humana del planeta. De este modo, el cercado de los terrenos comunales
representa el mecanismo moderno que ha producido unas relaciones cada vez más
violentas y ecocidas entre las sociedades industriales modernas y la naturaleza
Franz J. Broswimmer ( ecocidio)
viernes, 4 de enero de 2013
Las necesidades..
Las necesidades de la población no sólo aumentaban debido a los nuevos horizontes de los productos, sino que se hacían globales y dependientes del resto de territorios y del mundo, haciendo el proceso cada vez más complejo y alienante. Haciendo que la sencillez, lo demandado sin un sobreesfuerzo para el planeta, desapareciese. Todo quedaba registrado, todo rodeado por las leyes, no podías irte a vivir a un lugar tranquilo porque todo tenia dueño, todo tenia propiedad. La megamaquina había dado el golpe de muerte. Esta incursión de mercancías, productos y servicios, provenía de la técnica y de los especialistas que agrupados en profesiones separadas de con el resto, empezaban a comerciar sus productos, generando y acumulando capital. Medio que serviría para una mejor dinámica mercantil y a la par podía crear grupos de mayor índole económica...de esta forma se ampliaba la gama de todo tipo de servicios, y todo quedaba en una enorme comunidad global donde sólo a través del dinero se podía funcionar.
miércoles, 2 de enero de 2013
No al dinero
Con el dinero empezó el abuso y la absurdidad de las
sociedades modernas, donde casi cualquier actividad debía ser pagada, todas las
áreas serían profesionalizadas y mercantilizadas. Con este frio intercambio, de
quién vale y no vale, se empieza a establecer la creencia de que el dinero
ganado es merecido, y que si el dinero ganado es mucho es porque se está
triunfando en la vida y haciendo las cosas correctamente. De hecho, se obtiene una
merecida posición social y
consiguiente subsistencia.
También se establece
la noción de la división y especialización del trabajo siempre dentro del
individualismo y de las normas del mercado. Aparecen, en
consecuencia, miles de puestos y burocracias, que no sirven para nada más que
acelerar el proceso de la máquina y el dinero. Dinero que genera una sociedad injusta
per se, de trabajos y puestos de engranaje
necesarios para la subsistencia
individual y no para la comunidad, alejada de nosotros en el proceso actual.
El dinero sirve para
crear negocios absurdos (los gustos
y ventas, son los indicadores que da el consumidor) donde mafias legales o
ilegales puedan sobrevivir, y lo más
importante de todo configuren las relaciones materiales de una determinada
manera de vivir. Es decir, conseguir traspasar a otro cualquier “mercancía,
servicio…” a cambio de dinero acumulable, en el que raciocinio y la puesta de
acción en común de los individuos quedé desechada, ya que una vez entrado el
dinero en masa en todas las facetas de la vida, suelen aparecer otro tipo de
hábitats urbanos y masificados, en los que “canjear” ese dinero (es decir una
sociedad tecnoidustrial). En esas sociedades, por ejemplo, el éxito de algo glamuroso, puede
ser la puerta de entrada a un nuevo yacimiento de empleo y dinero que hará
prosperar la sociedad, cuando una sociedad sencilla simplemente no necesita de
esas técnicas tan separadas del humano, y están separadas porque están
lapidadas por el dinero, que es imprevisible y siempre condicionado.
Siempre la alimentación y las nociones básicas de los seres
humanos quedan desprovistas de nosotros mismos y delegadas a otros, sin saber
lo que nos puede venir. Todo lo dejamos a esa gran entidad que está por encima nuestra
y parece controlarlo todo y que algunos llamamos: la megamaquina. Mientras los
demás sobreviven como pueden, creyéndose muy importantes por dar clases de
cualquier tontería; o vendiendo perros de raza al mejor postor; cualquier actividad es válida si genera
dinero. Mientras, por ejemplo, seguimos consumiendo
gasolina y gas para calentarnos en lugar de usar nuestro entorno natural (porque
tiene ligeras desventajas) y a la vez conseguimos derivar miles de puestos de
trabajo a las tecnologías que se introducen en el mercado y nos dominan. Esto
se hace incuestionable en nuestras sociedades sin autonomía. Con mucha
titulitis y mucho sálvese quien pueda.
jueves, 27 de diciembre de 2012
Extracto de: Carta abierta a los amigos de ludd. Felix Rodriguez Mora.
El asunto Naredo.
Cuando publiqué “Naturaleza, ruralidad y civilización” me enviasteis cartas
incidiendo en los aspectos positivos de la obra, al principio, pero luego fuisteis
centrando más y más en mis críticas a J.M. Naredo, que rechazabais, hasta que al final
ya apenas había más asunto que éste. Pero, al considerar el conjunto, tus coincidencias
conmigo son muchas más que las divergencias.
Alegas que Naredo ha hecho aportaciones de importancia a la comprensión de
tales o cuales cuestiones medioambientales, de análisis económico y otras. Yo no
pretendo negar lo que de positivo tenga la obra de aquél (aunque esto lo considero
mucho menos interesante y valioso que tú), sólo enfatizo un hecho, que Naredo forma
parte del aparato exterior de la socialdemocracia, del PSOE. Ello no le descalifica del
todo, como no descalifica a Ellul su colaboración con los cuerpos represivos, pero es un
asunto de notable gravedad.
Te molesta que le vincule con Joaquín Leguina, por un libro de hace mucho,
elaborado conjuntamente por ambos, pero olvidas que en 1989, Naredo, junto con otros
dos autores, publicó “Madrid, una megalópolis en busca de proyecto”5, justo cuando era
presidente de la Comunidad de Madrid el mentado Leguina (lo fue entre 1983 y 1995),
un personaje turbio donde los haya, que alguna prensa vinculó a los GAL, al ser íntimo
del según aquélla jefe de éstos, Felipe González6. La obra citada, de Naredo y colegas,
se propone, más o menos, orientar el quehacer de Leguina como presidente, lo que es un
ejemplo de colaboracionismo que no puede ser admitido, no sólo por el aciago pasado
de éste sino porque el PSOE ha sido el principal partido del Estado y del capital desde el
fin del franquismo hasta nuestros días, esto es, el enemigo fundamental de todo
proyecto de transformación radical del orden constituido, también el agente principal en
lo político, de la militarización, la ideología tecnolátrica y el desarrollismo. No es
posible estar en contra de la técnica, poco o mucho, y a favor del PSOE. No es posible,
finalmente, acercarse a la socialdemocracia sin quedar salpicado de lodo y sangre.
Dices que no conozco el libro de Naredo (alias Aulo Casamayor) “Por una
oposición que se oponga”, pero no es así. Debido al respeto y afecto que te tengo
incluso he leído tal libro en dos ocasiones bastante alejadas una de otra en el tiempo
para estar más seguro de mis puntos de vista. En su pág. 160 se declara Naredo cercano
al jacobinismo, al que tilda de “sinceramente demócrata”. El jacobinismo es prefascismo,
militarismo, desarrollismo, fe en el Estado policial y apología del crimen de
Estado, culto por la técnica y rechazo de cualquier revolución popular, además de una
forma bastante agresiva de progresismo. El jacobinismo, también, es el principal
responsable de la matanza de la La Vendée, en Francia, un acto de genocidio atroz, con
unas 170.000 personas asesinadas. Asimismo reivindica Naredo, para el final del
franquismo, la “ruptura democrática”, es decir, el mantenimiento del Estado y el
capitalismo con procedimientos similares a los del PC Francés en 1944-1947, en un
régimen partitocrático y parlamentarista, cuando lo apropiado en política es estar por un
sistema de gobierno popular en asambleas omni-soberanas, como expongo en “La
democracia y el triunfo del Estado”. En tal aserción Naredo se manifiesta como un
defensor del régimen vigente de dictadura política, por tanto como un antirevolucionario.
Lo que caracteriza a Naredo es su estatolatría, que le ata a la socialdemocracia.
Expone, en el libro citado, que el Estado encarna “la voluntad general”, esto es,
defiende la idea de que lo público y el Estado son la misma cosa, formulación absurda y
temible (precisamente Ellul, en algún momento de lucidez, la refuta con ingenio y
eficacia), que hace del Estado franquista también una realización de “la voluntad
general”. Eso le lleva ahora a preconizar que la agricultura ecológica, sometida a los
reglamentos de la UE y que incluso admite los transgénicos, es la solución a los males
medioambientales, y a exigir más intervención estatal en ella, asunto que no es un mero
error sino una declaración política que le arroja en los brazos del Estado, y le convierte
en agente político de éste, por tanto, de la técnica, efecto necesario de la existencia de
ente estatal.
En el libro, como Anexo 1, viene un documento singular, “Bases para una
reforma agraria moderada en el sur de España”, al parecer redactado por J. Martínez
Alier, que Naredo suscribe. En él se defiende, para los años 70 y 80 del siglo pasado,
una intervención estatal a gran escala en la agricultura del sur, con la expropiación de 5
millones de hectáreas, que luego serían redistribuidas. Esto presenta al Estado como la
potencia salvadora del campesinado, cuando en realidad ha sido, desde hace siglos, el
peor de sus verdugos. Por lo demás en tal proposición nada hay de original, pues ya fue
preconizada por algún autor de la primera mitad del XIX. Si el Estado nos salva ¿cuál es
nuestra función como seres humanos? En efecto, toda acción “benefactora” del artefacto
estatal nos convierte en objetos, nos cosifica o reifica, al negarnos la capacidad de obrar
e intervenir autónomamente, por nosotros mismos. Eso por un lado, por otro, tal
operación, en caso de realizarse, otorgaría al Estado un poder colosal en el agro,
convirtiendo a la rural gente en neo-siervos suyos, como acaeció en la Unión Soviética
con la “colectivización” de 1929-1933. Pero la realidad es que no se hizo, y jamás se
podría haber hecho, porque más allá de las ocurrencias de los profesores-funcionarios
están los intereses fundamentales del par Estado-capital, que preconizan otras fórmulas,
menos estrafalarias, como han mostrado los hechos.
Naredo tiene otra obra que bendice, por omisión, la agricultura franquista, “La
evolución de la agricultura en España (1940-2000)”, libro superficial y vacío, que nada
dice por sí misma pero que contiene una admisión implícita de lo que el franquismo
hizo en el campo, lo que es terrible. He de confesar, que cuando la leí me indigné un
poco, al mismo tiempo que me escandalizó su superficialidad y falta de contenidos, lo
que es común a los trabajos de este autor, dejando a un lado su idea fija, que el Estado
es la expresión del bien político, económico y social. En ese marco, que se declare
“libertario” y que incluso cite alguna vez a Bakunin no tiene importancia, pues ¿qué
clase de anarquismo es el suyo que lo espera todo del ente estatal y nada de la acción
autónoma y revolucionaria de la gente común? Asimismo, nunca hace una diatriba seria,
creíble, contra el parlamentarismo, aunque sí del PSOE de Felipe González, que se ha
de entender como una crítica de ciertas políticas concretas del primero (hubo un
momento que la mitad o más del PSOE se oponía a González, al estar desahuciado
políticamente). Su pintoresco proyecto de estatizar 5 millones de hectáreas sólo era
realizable desde el parlamento, por la cooperación del PSOE y PCE, por tanto, dejando
a un lado algunas frases demagógicas, es partidario del actual sistema político. Lo
mismo sucede con su apología de la agricultura ecológica.
Incluso el título del libro, “Por una oposición que se oponga”, editado bajo el
gobierno del PP, en 2001, lo que demanda es que se oponga en el parlamento, esto es,
que el PSOE y su patético escudero, IU, se hagan más “radicales” en las Cortes.
Finalmente, la escisión que sufrió el BAH! de Madrid hace casi dos años estuvo
ocasionada por un grupo que se aproximó a IU en el ayuntamiento de Rivas, y sus
formulaciones tenían a Naredo como mentor, hasta el punto de que mi libro,
“Naturaleza,...”, conoció críticas de ese colectivo por oponerse a dicho autor.
Creo, X, que no comprendes bien lo terrible que es la ideología socialdemócrata
hoy, sus muchos puntos de penetración e influencia en el mundillo que se dice radical, a
través de los profesores-funcionarios supuestamente anti-sistema. Poner fin a esta
cuestión, cortando amarras con la estatolatría, que es gran mal de nuestro tiempo, exige
muchos esfuerzos, entre ellos la crítica de lo que Naredo hace y dice, aunque no de
todo, por supuesto, únicamente de lo que es desacertado. Ahora vivimos una
efervescencia de culto por el Estado, a causa del movimiento “antiglobalización”, del
feminismo de Estado y del ecologismo ortodoxos, lo que niega no sólo toda perspectiva
revolucionaria sino que además nos condena a la pasividad, a esperarlo todo del Estado,
amoldándonos a sus proyectos y estrategias. Terminar con esta situación es muy
urgente.
5 También es co-autor de “Textos sobre sostenibilidad” (2 vols.), 2005. No necesito recordar que estoy en
contra de la tesis socialdemócrata de “la sostenibilidad” de las ciudades, que ha devenido en una mera
frase para tranquilizar conciencias, utilizada con profusión por los nuevos desarrollistas pro-megalópolis,
esto es, los nuevos reaccionarios. Creo que deberías definiros sobre este asunto, para mí crucial, como
aparece en “Naturaleza, ruralidad y civilización”.
6 Es curioso que Leguina haya tenido también tiempo para colaborar con el franquismo, pues su currículo
dice que trabajó como “Asesor Demográfico de la Comisaría de los Planes de Desarrollo I y III”. Incluso
editó un libro bajo aquél, “Estudio sobre la población española”, en el marco del III Plan de Desarrollo
franquista, aparecido en 1972, elaborado con otros autores. Es por tanto franquista y socialdemócrata al
mismo tiempo, como la mayoría del PSOE. En efecto, su culto fanático por el Estado empuja a este
partido hacia el fascismo y, con él, a los que no saben o no quieren romper con la estatolatría.
Cuando publiqué “Naturaleza, ruralidad y civilización” me enviasteis cartas
incidiendo en los aspectos positivos de la obra, al principio, pero luego fuisteis
centrando más y más en mis críticas a J.M. Naredo, que rechazabais, hasta que al final
ya apenas había más asunto que éste. Pero, al considerar el conjunto, tus coincidencias
conmigo son muchas más que las divergencias.
Alegas que Naredo ha hecho aportaciones de importancia a la comprensión de
tales o cuales cuestiones medioambientales, de análisis económico y otras. Yo no
pretendo negar lo que de positivo tenga la obra de aquél (aunque esto lo considero
mucho menos interesante y valioso que tú), sólo enfatizo un hecho, que Naredo forma
parte del aparato exterior de la socialdemocracia, del PSOE. Ello no le descalifica del
todo, como no descalifica a Ellul su colaboración con los cuerpos represivos, pero es un
asunto de notable gravedad.
Te molesta que le vincule con Joaquín Leguina, por un libro de hace mucho,
elaborado conjuntamente por ambos, pero olvidas que en 1989, Naredo, junto con otros
dos autores, publicó “Madrid, una megalópolis en busca de proyecto”5, justo cuando era
presidente de la Comunidad de Madrid el mentado Leguina (lo fue entre 1983 y 1995),
un personaje turbio donde los haya, que alguna prensa vinculó a los GAL, al ser íntimo
del según aquélla jefe de éstos, Felipe González6. La obra citada, de Naredo y colegas,
se propone, más o menos, orientar el quehacer de Leguina como presidente, lo que es un
ejemplo de colaboracionismo que no puede ser admitido, no sólo por el aciago pasado
de éste sino porque el PSOE ha sido el principal partido del Estado y del capital desde el
fin del franquismo hasta nuestros días, esto es, el enemigo fundamental de todo
proyecto de transformación radical del orden constituido, también el agente principal en
lo político, de la militarización, la ideología tecnolátrica y el desarrollismo. No es
posible estar en contra de la técnica, poco o mucho, y a favor del PSOE. No es posible,
finalmente, acercarse a la socialdemocracia sin quedar salpicado de lodo y sangre.
Dices que no conozco el libro de Naredo (alias Aulo Casamayor) “Por una
oposición que se oponga”, pero no es así. Debido al respeto y afecto que te tengo
incluso he leído tal libro en dos ocasiones bastante alejadas una de otra en el tiempo
para estar más seguro de mis puntos de vista. En su pág. 160 se declara Naredo cercano
al jacobinismo, al que tilda de “sinceramente demócrata”. El jacobinismo es prefascismo,
militarismo, desarrollismo, fe en el Estado policial y apología del crimen de
Estado, culto por la técnica y rechazo de cualquier revolución popular, además de una
forma bastante agresiva de progresismo. El jacobinismo, también, es el principal
responsable de la matanza de la La Vendée, en Francia, un acto de genocidio atroz, con
unas 170.000 personas asesinadas. Asimismo reivindica Naredo, para el final del
franquismo, la “ruptura democrática”, es decir, el mantenimiento del Estado y el
capitalismo con procedimientos similares a los del PC Francés en 1944-1947, en un
régimen partitocrático y parlamentarista, cuando lo apropiado en política es estar por un
sistema de gobierno popular en asambleas omni-soberanas, como expongo en “La
democracia y el triunfo del Estado”. En tal aserción Naredo se manifiesta como un
defensor del régimen vigente de dictadura política, por tanto como un antirevolucionario.
Lo que caracteriza a Naredo es su estatolatría, que le ata a la socialdemocracia.
Expone, en el libro citado, que el Estado encarna “la voluntad general”, esto es,
defiende la idea de que lo público y el Estado son la misma cosa, formulación absurda y
temible (precisamente Ellul, en algún momento de lucidez, la refuta con ingenio y
eficacia), que hace del Estado franquista también una realización de “la voluntad
general”. Eso le lleva ahora a preconizar que la agricultura ecológica, sometida a los
reglamentos de la UE y que incluso admite los transgénicos, es la solución a los males
medioambientales, y a exigir más intervención estatal en ella, asunto que no es un mero
error sino una declaración política que le arroja en los brazos del Estado, y le convierte
en agente político de éste, por tanto, de la técnica, efecto necesario de la existencia de
ente estatal.
En el libro, como Anexo 1, viene un documento singular, “Bases para una
reforma agraria moderada en el sur de España”, al parecer redactado por J. Martínez
Alier, que Naredo suscribe. En él se defiende, para los años 70 y 80 del siglo pasado,
una intervención estatal a gran escala en la agricultura del sur, con la expropiación de 5
millones de hectáreas, que luego serían redistribuidas. Esto presenta al Estado como la
potencia salvadora del campesinado, cuando en realidad ha sido, desde hace siglos, el
peor de sus verdugos. Por lo demás en tal proposición nada hay de original, pues ya fue
preconizada por algún autor de la primera mitad del XIX. Si el Estado nos salva ¿cuál es
nuestra función como seres humanos? En efecto, toda acción “benefactora” del artefacto
estatal nos convierte en objetos, nos cosifica o reifica, al negarnos la capacidad de obrar
e intervenir autónomamente, por nosotros mismos. Eso por un lado, por otro, tal
operación, en caso de realizarse, otorgaría al Estado un poder colosal en el agro,
convirtiendo a la rural gente en neo-siervos suyos, como acaeció en la Unión Soviética
con la “colectivización” de 1929-1933. Pero la realidad es que no se hizo, y jamás se
podría haber hecho, porque más allá de las ocurrencias de los profesores-funcionarios
están los intereses fundamentales del par Estado-capital, que preconizan otras fórmulas,
menos estrafalarias, como han mostrado los hechos.
Naredo tiene otra obra que bendice, por omisión, la agricultura franquista, “La
evolución de la agricultura en España (1940-2000)”, libro superficial y vacío, que nada
dice por sí misma pero que contiene una admisión implícita de lo que el franquismo
hizo en el campo, lo que es terrible. He de confesar, que cuando la leí me indigné un
poco, al mismo tiempo que me escandalizó su superficialidad y falta de contenidos, lo
que es común a los trabajos de este autor, dejando a un lado su idea fija, que el Estado
es la expresión del bien político, económico y social. En ese marco, que se declare
“libertario” y que incluso cite alguna vez a Bakunin no tiene importancia, pues ¿qué
clase de anarquismo es el suyo que lo espera todo del ente estatal y nada de la acción
autónoma y revolucionaria de la gente común? Asimismo, nunca hace una diatriba seria,
creíble, contra el parlamentarismo, aunque sí del PSOE de Felipe González, que se ha
de entender como una crítica de ciertas políticas concretas del primero (hubo un
momento que la mitad o más del PSOE se oponía a González, al estar desahuciado
políticamente). Su pintoresco proyecto de estatizar 5 millones de hectáreas sólo era
realizable desde el parlamento, por la cooperación del PSOE y PCE, por tanto, dejando
a un lado algunas frases demagógicas, es partidario del actual sistema político. Lo
mismo sucede con su apología de la agricultura ecológica.
Incluso el título del libro, “Por una oposición que se oponga”, editado bajo el
gobierno del PP, en 2001, lo que demanda es que se oponga en el parlamento, esto es,
que el PSOE y su patético escudero, IU, se hagan más “radicales” en las Cortes.
Finalmente, la escisión que sufrió el BAH! de Madrid hace casi dos años estuvo
ocasionada por un grupo que se aproximó a IU en el ayuntamiento de Rivas, y sus
formulaciones tenían a Naredo como mentor, hasta el punto de que mi libro,
“Naturaleza,...”, conoció críticas de ese colectivo por oponerse a dicho autor.
Creo, X, que no comprendes bien lo terrible que es la ideología socialdemócrata
hoy, sus muchos puntos de penetración e influencia en el mundillo que se dice radical, a
través de los profesores-funcionarios supuestamente anti-sistema. Poner fin a esta
cuestión, cortando amarras con la estatolatría, que es gran mal de nuestro tiempo, exige
muchos esfuerzos, entre ellos la crítica de lo que Naredo hace y dice, aunque no de
todo, por supuesto, únicamente de lo que es desacertado. Ahora vivimos una
efervescencia de culto por el Estado, a causa del movimiento “antiglobalización”, del
feminismo de Estado y del ecologismo ortodoxos, lo que niega no sólo toda perspectiva
revolucionaria sino que además nos condena a la pasividad, a esperarlo todo del Estado,
amoldándonos a sus proyectos y estrategias. Terminar con esta situación es muy
urgente.
5 También es co-autor de “Textos sobre sostenibilidad” (2 vols.), 2005. No necesito recordar que estoy en
contra de la tesis socialdemócrata de “la sostenibilidad” de las ciudades, que ha devenido en una mera
frase para tranquilizar conciencias, utilizada con profusión por los nuevos desarrollistas pro-megalópolis,
esto es, los nuevos reaccionarios. Creo que deberías definiros sobre este asunto, para mí crucial, como
aparece en “Naturaleza, ruralidad y civilización”.
6 Es curioso que Leguina haya tenido también tiempo para colaborar con el franquismo, pues su currículo
dice que trabajó como “Asesor Demográfico de la Comisaría de los Planes de Desarrollo I y III”. Incluso
editó un libro bajo aquél, “Estudio sobre la población española”, en el marco del III Plan de Desarrollo
franquista, aparecido en 1972, elaborado con otros autores. Es por tanto franquista y socialdemócrata al
mismo tiempo, como la mayoría del PSOE. En efecto, su culto fanático por el Estado empuja a este
partido hacia el fascismo y, con él, a los que no saben o no quieren romper con la estatolatría.
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